Imagina un día tal como hoy, dentro de veinte, treinta,
cuarenta o cincuenta años. El tiempo no importa, pero lo cierto es que estás en
tu lecho de muerte; en ese lugar en el que se vuelve aplastantemente imposible
seguir eludiendo a los vertiginosos ojos del abismo, de la extinción y de la
desaparición.
Ya no tienes ningún otro lugar al que mirar, ningún clavo
ardiendo al que aferrarte, ninguna melodía lacónica con la que embriagarte.
Un agudo dolor desgarra tu ser desde lo más íntimo de ti
mismo, acompañado por un miedo más grande y más abarcador de lo que jamás
hubieras sido capaz de imaginar, aunque de alguna manera había estado pidiendo
a gritos ser escuchado y comprendido durante toda tu vida, que ahora evidencia el
hecho de que se te ha estado escurriendo por entre los dedos de la misma forma
que si hubieras tratado de asir la luna reflejada en un límpido lago.
Tu sensación de identidad, tu ser de carne, de emociones, de
pensamientos… trata de enroscarse como un gusano asustado en torno a sí misma, en
un titánico esfuerzo por no mirar, por no sentir, por no aceptar el curso
natural del destino, como siempre ha estado haciendo, con la diferencia de que
ahora se vuelve abrumadoramente evidente.
Las luces se apagan, los sonidos ensordecen, los sabores y
los olores se disuelven, las sensaciones táctiles se entumecen, la respiración
se pierde…
Quieres moverte y ya no puedes, quieres hablarle a tus
familiares y amigos; decirles que sigues
“vivo”, que dejen de preocuparse y entristecerse; pero tu voz se ahoga en el
vacío, de la misma forma que lo hacía en aquellos angustiosos sueños de la
infancia…
Aunque busques seguridad en el calor… éste te abandona sin
remisión. La vida entera y el mundo se desvanecen como un decorado que es
desmontado cuando todas las escenas que en él se representaban han tocado a su
fin…
Nunca habías soñado con un sufrimiento tan grande, tan
universal, tan cósmico…
Hete aquí en el ocaso de tu periplo por el mundo, en el
umbral de tu extinción.
Era verdad todo aquello que sabíamos y callábamos o
tratábamos de esconder.
Era verdad que ibas a morir tú también, por más que lo
habías oído decir, por más que lo habías intelectualizado y creías haber
comprendido, por más evidencias que pudieras haber observado a tu alrededor.
Era verdad… y ahora ya no hay nada que hacer.
Cuán ciertas eran las enseñanzas de tus mentores, maestros y
amigos de bien. Hace cierta cantidad de tiempo, cuando te encontrabas en las
puertas de aquel año nuevo que estabas a punto de celebrar, tu vida hasta ese
momento ya se había esfumado como un destello; y de la misma forma el segundo
ciclo de tu vida, en el momento de tu muerte, toda tu existencia, aunque hayan
pasado muchos años, te parece que se ha volatilizado como el incienso que veías
en los altares en esos tiempos en los que escuchabas aquellas sabias
enseñanzas.
Ahora lo ves claro con una insondable tristeza; era cierto
que la vida estaba hecha con el material de los sueños: evanescente, efímera, y
de una sutil belleza de la que no participaste por no saber bañarte de buena
manera en ese río que ahora se está fundiendo en el mar…
Ahora te das cuenta del valor de cada uno de los detalles de
esa vida que ahora se apaga… de todas tus palabras, de todas tus acciones y de
tus pensamientos; de tus decisiones, de la energía que empleaste en tus asuntos
y del tiempo que le dedicaste a cada una de tus historias…de todo el
sufrimiento que ha heredado el mundo y que sufriste tú mismo por tu falta de
visión, por no escuchar la voz que te cantaba desde tu interior con una lírica
simple y pura, cristalina como el rocío.
Con tu cuerpo ya disuelto en el vacío y siendo sólo emoción
y mente que vibran en el espacio infinito… un profundo anhelo y deseo se
manifiesta con fuerza.
Te dices a ti mismo: “Ojalá
pudiera volver ahora a aquella noche, en la que me disponía a dar la bienvenida
al nuevo año, con “toda la vida por delante” En aquel momento tenía la Puerta
de la Felicidad justo delante de mis ojos, y mi ignorancia me impidió darme
cuenta de lo abrumadoramente simple que era. Ojalá no me hubiera enfrascado en
mil y un asuntos triviales que me envolvieron y que ahora se tornan tan vacíos
como una nubecilla de vapor. Ojalá hubiera podido estar atento al proceso de
crecimiento y desarrollo de mis hijos, sus sonrisas, sus llantos…como iba
evolucionando su relación con el mundo segundo a segundo; ojalá hubiera sabido
cómo escuchar y querer a mi pareja, mis padres, mis amigos; ojalá hubiera
podido soltar y dejar en el camino, sin mirar atrás, todos los fardos pesados
que tanto me anclaron, todos los condicionamientos, todos los temores, todos
los resentimientos; dejarlos marchar amorosamente como quien deja partir un
soplido de pompas de jabón en el cielo. Ojalá hubiera sabido ver y realizar lo sagrado en cada gota de lluvia,
en cada taza de té, en cada de brizna de hierba, en cada “tic tac” del viejo
reloj de pared; tal y como rezaban todas aquellas enseñanzas espirituales a las
que tuve el privilegio de acceder y de las cuales me vanaglorié arrogantemente,
mientras me debatía cual cobaya de laboratorio dando vueltas por un laberinto
de paredes de plomo que me construí yo mismo, y en el que me perdí yo mismo…Ya
es demasiado tarde…ya no hay nada por hacer. Ojalá pudiera volver…”
El sufrimiento que experimentas y tu anhelo regresivo llegan
a su ensordecedor punto álgido. Cuando ya parece que te vas a desintegrar en
mil pedazos, en medio de tu torbellino mental y emocional, sientes que tus
fuerzas ya no pueden seguir soportando tanta tensión, que ya no puedes seguir
luchando, ya no puedes más… Y en ese momento… en ese momento… sencillamente… te
rindes, abandonas, capitulas…y como si se tratara de un irónico conjuro… se
hace el silencio, un silencio denso y viscoso… y te das cuenta de que aún queda
algo más por hacer. Si, aún puedes soltar el fardo pesado de tu remordimiento,
de tu anhelo de cambiar el pasado, de tu deseo de rectificar las cosas, y
aceptarte a ti mismo y al mundo tal cual es, tal cual ha sido, y tal cual será,
en un amoroso abrazo que envuelva todas las contradicciones, porque sea como
sea, en este momento y tras el abandono de tu lucha “final” sientes que todo se
ha vuelto bien así Tal Cual Es, y una oleada de gratitud baña todo tu ser, por
cada instante de tu vida, por cada momento compartido, por cada brisa y por
cada amanecer experimentado, aunque hubiera sido desde la semiinconsciencia.
Y así es como tu último vestigio de individualidad se
desintegra cálida y dulcemente en la noche de los tiempos como un haz de fuegos
artificiales que se esparcen por el mundo y se desvanecen en la noche. La luz
desplegada por dicho destello ilumina a todos los seres, ante los que habías
estado ciego y de los que habías estado aislado hasta ese momento. Puedes
observar su sufrimiento, puedes observarlos como hormigas ciegas que siguen sus
propios patrones automáticos e inconscientes repitiendo una y otra vez idénticos
sufrimientos, las mismas situaciones vida tras vida, eón tras eón. Puedes
observar también el brillo y la luz que los baña, y lo desdichados que son por
no darse cuenta. Puedes verles edificar una y otra vez laberintos de mil
formas, con la inocente esperanza de encontrar en el fondo de ellos la luz y el
tesoro de los que ya son partícipes y portadores sin saberlo Puedes verlos dando
vueltas y más vueltas por la mareante rueda del samsara.
Es aquí que, alimentado por el sol de esta poderosa
compasión, y regado por las lágrimas del mundo, se manifiesta y brota la
semilla de tu voto de Boddhisattva, el mismo voto que todos los dharmas del gran Dharma tienen inscrito e incustrado en su seno; y
sientes el poderoso latido del Cosmos y el impulso irrefrenable de abandonar tu
ligereza y tu beatitud actuales para mostrarle al todos los seres la luz que de
la que están hechos.
Emocionado por tan conmovedor pasaje, el Boddhisatva Kanzeon
se aparece ante ti, y te abraza amorosamente con sus 33 brazos. Una carcajada
de dimensiones cósmicas puede escucharse retumbando por toda la Eternidad al
mismo tiempo que te fundes con en un
destello que disuelve toda noción de Existencia pasada, presente o futura.
Silencio.
Ahora abre los ojos y date cuenta. Mira. ¿Qué ves? ¡Se ha
obrado el Milagro! Estás tranquilamente sentado en tu hogar preparándote para
recibir al nuevo año 2017.
Tu anhelo profundo se ha dibujado a sí mismo en el lienzo de
la Vida…
Toma consciencia de que tu deseo profundo se ha cumplido, de
que tienes una “nueva oportunidad” Has vuelto a comienzos del 2017 y vuelves a
tener “toda la vida por delante” Ahora que te has vuelto a despertar en este
lugar y en este tiempo, sientes el poder de tejer con tu propia aguja el
diamantino telar de tu existencia, sin la menor aspiración a la redención.
Has vuelto al Presente, porque nunca has dejado de estar en Él,
nunca lo has abandonado porque no hay nada fuera de Él. Tienes toda la Vida por
Delante, porque el Presente Eterno está más allá del tiempo y no sigue sus
reglas.
Sientes que has vuelto a nacer, que todo tu ser “anterior” a
este instante ha muerto, que has dejado de arrastrar todos tus lastres: te
sientes completamente curado, porque no hay nada anterior a este instante en el
que acabas de brotar a la vida.
Al ser un recién nacido en el mundo, sientes en este momento
el significado profundo de frases como “Te perdono”, porque sabes que al acabar
de nacer no hay nada que perdonar; o “Ama al prójimo como a ti mismo” porque
realizas el hecho de que no hay prójimo distinto de Uno Mismo; o “Pon la otra
mejilla”, porque has derrumbado todas las barreras y te muestras vulnerable al mundo
dispuesto a sentirlo en todo su esplendor
y contundencia sea lo que sea lo que venga.
¿Y sabes un secreto? Este milagro está ocurriendo, instante
tras instante. En cada momento estás renaciendo a la vida, emergiendo de la
Fuente misma de Vida, y reabsorbiéndote en Ella; limpio, puro, curado, y libre,
de manera que sea cuando sea… siempre tienes “Toda la Vida por Delante”, toda
la Eternidad Ante tus ojos, todo el Tiempo en tus manos. Ahora puedes ser
pintor, músico, o poeta de tu propia vida, navegando con brío por un mundo
hecho del material de los sueños, de reflejos en el vacío.
Escucha….
Suenan doce campanadas….
¿Acaso no es milagroso?
Muhaken
2 comentarios:
Es el recordatorio de que deberíamos estar saboreando el presente, cada segundo, cada detalle, como si fuera único. Porque cada instante que dejamos pasar con indiferencia es irrepetible, no volverá.
Maravilloso. Gracias por tan rico recordatorio, querido amigo.
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