¿Dónde te encuentras? Hace mucho que quería
hablar contigo, pero no encontraba forma de localizarte. Tenía que contactar de
alguna forma, porque sé que andas perdido, vagando entre nubes que no te dejan
ver, y en el fondo sabes que ha llegado el momento de reaccionar.
Y puesto que soy consciente de que en alguna
parte de ti sabes esta verdad, no se te ocurra decirme, como haces siempre, que
es imposible ver la Luna.
¿Por dónde andarás, gladiador astral? ¿Sabes
desde dónde te escribo?
Estoy sentado en una roca, como siempre que
me dispongo a rescatar sombras. Delante de mí se está desplegando ahora y
siempre ese divino espectáculo que es la serenata creada por las olas de
bajamar, que, tímidamente intentan invadir la fría arena.
Ese vaivén deleita mis oídos, y la fresca
brisa de la noche alegra mi rostro de cristal.
Y la Luna, señor mío, la Luna es quien ahora
me apunta con su luz en esta aparente oscuridad.
Mira, anciano pueril, mira y busca la Luna en
tu mundo. Apuesto a que está apuntando directamente a la inmensidad de tu
abismo.
El mar es como un abismo. Cuando por la noche
te sumerges en él y osas abrir los ojos, pareces estar envuelto en un infierno
de tinieblas plagado de extrañas bestias que acechan y esperan arrastrarte
hasta el fondo de tu eterna oscuridad.
¿Crees que has navegado mucho, joven marino?
¿No sabes dónde esta la Luna entonces,
verdad?
Seguro que tú nunca te has detenido a
disfrutar de lo hermoso que es ver la Luna reflejada en la superficie del mar,
tan cerca de ti.
Nunca has visto cómo los seres más inocentes
parecen resurgir de una Nada inquisidora cuando la oscuridad que lo envuelve se
disipa con la luz del reflejo…
En los tiempos que corren, ya no hay que
seguir creyendo inocentemente que el mundo y la vida se terminan en una línea
que, de forma absurda, casi irreverente, intenta separar el Cielo de la Tierra.
¿Sabes, jovencito? Ya no hay gaviotas volando
por la playa. Han volado todas más allá de las olas y del mar, con una
esperanza… con un mensaje…
Es Sombra quien te da la espalda, quien te
envuelve de nubes, quien agita el reflejo de la Luna en las aguas, hasta distorsionar
su hermosa forma, y es por eso que las gaviotas de la playa han desaparecido en
el interior de un túnel donde nadie es capaz de mirarte a la cara, porque nadie
sabe quién eres.
En un puerto que hay al lado de esta playa
trabaja un viejo pescador. Cada tarde, al acabar su agotadora jornada, ya no se
siente orgulloso del sudor que alimenta a sus hijos, porque hace mucho, mucho
tiempo, unas horas… unos años, perdió en altamar una red de pesca que le regaló
su madre cuando era niño.
Siempre que vuelve de pescar llora el
pescador por esa red perdida hecha por su madre, con todo su amor, tejida con
jirones de su piel. La madre del pescador se desangró tejiendo la red que
serviría de sustento a su hijo.
El pescador perdió la red en el mar, poco
antes de morir su madre, y estaba tan ocupado buscándola que no le dio tiempo a
despedirse de ella y darle las gracias por haberle enseñado a pescar.
Si, amigo, si. El pescador llora porque no
puede ya alimentar a sus hijos, llora porque ya no tiene hijos que alimentar,
porque nunca tuvo hijos…
¿Entiendes, Amigo del Reflejo?
Tú y yo sabemos que Sombra juega sucio,
aunque desconoce quién soy yo, por eso quiero que se lo hagas saber…
No sé si lo harás, aún te encuentras atrapado
en un tablero de ajedrez, en una lucha desenfrenada por mandar sobre el rey
enemigo, en el seno de un territorio infectado por ojos brillantes agazapados
entre los matorrales, cuyo silencioso aullido corta el aire y se proyecta en la
noche.
Entonces el estremecimiento se adueña de ti;
sientes miedo, mucho miedo… los insidiosos ojos se agrandan, te siguen, te
asedian, y finalmente te acorralan dispuestos a devorarte y a embriagarse con
tu sangre.
Es en ese momento cuando repentinamente
despiertas y aún sudoroso y tembloroso, te sabes a salvo, y de alguna extraña y
misteriosa forma, estás en paz.
Y es ese alivio quien, como el ronroneo de un
gato, te sume de nuevo en el sueño de los torpes, renaciendo en ti el deseo de
matar al rey rival. Y así pasar condenado por el resto de tus días a vagar
entre cuadros negros y blancos sin saber sobre cuál posarte. Y mientras tanto, Sombra seguirá implacable y
sigilosamente moviendo sus fichas.
¿Cómo lo ves, amigo?
No muy lejos de esta playa vive un conde
admirado y venerado por todos los súbditos de su feudo. En su mirada se refleja
su suficiencia y su soberbia. Nadie se acercará a cuestionarle sus designios;
nadie se acercará a secarle cuando su cabello se moje por la lluvia, nadie le
contará historias divertidas que amenicen su jornada.
Quizás alguna osada sierva, por cuya alma lloran
las ausentes gaviotas, se acerque con cariño al conde a preguntarle por qué
tiene siempre los ojos tan tristes y decaídos, tan muertos… Pero corre el
riesgo de ser humillada y desterrada de un lugar en donde todos tiran de la
noria del conde.
Pero… ¿qué hace el conde cuando nadie lo está
mirando? ¿cuál es su más íntimo secreto?
A veces, el rictus de su rostro no puede
ocultar el dolor que siente, cuando las olas del mar le susurran acerca del
hueco que desde incontables siglos tiene el conde en su pecho.
De vez en cuando, la lírica del océano
penetra en sus oídos en forma de baladas y canciones de amor, y entonces la
nostalgia le envuelve como la bruma matinal cuando la marea trae a la orilla
recuerdos de cuando de joven hacía locuras en el bosque, maravillosamente
dulces y espontáneas, entregado en luz y carne a su amada.
El conde se pierde buscando en el horizonte
un pedazo de su corazón, el cual se encuentra ya muy lejos de su cuerpo…
¿Te cuento una cosa?
Las gaviotas saben dónde mora el corazón del
conde… Me han dicho que se encuentra sepultado en lo más profundo de las fosas
abisales, en una gélida, oscura y solitaria tumba, donde nadie va a ponerle
flores.
El conde nunca lo dice, pero yo sé… y tú
también sabes… que en secreto anhela el advenimiento de un salvador que profane
la gélida tumba del fondo del mar. Anhela volver a sentir el calor y el latir
de su corazón en el pecho, y borbotones de sangre que vuelvan a irrigar su
cuerpo como ríos de vida. Es un deseo que pide con cada estrella fugaz que es
capaz de vislumbrar en noches como la de hoy, en las que la luna brilla más
fuerte que de costumbre, a modo de presagio que se dibuja sonriente en el
firmamento y aparenta ser más accesible a través del reflejo en la superficie
del océano.
¿Quién será el mesías redentor?
¿Ves, amigo, ves? ¿Empiezas a comprender? Sí…
sé que sí, noto como despiertas, comienzo a sentirte cercano…
Ahora que ya me has visto, hora es de que
salte a tu lado del espejo; que con tus ojos que son mis ojos, contemples la
estela que dibujan las gaviotas al surcar la noche de los tiempos; y que tus
manos que son mis manos toques el reflejo de la Luna en el fondo de tu alma.
Ya te he encontrado en mi roca; ya me has
encontrado en tu roca. Ahora debes saber que las gaviotas volverán a la playa
con el corazón del conde palpitante de vida envuelto en la red del pescador…
intacta y perfectamente hilada.
Es de eso de lo que hablan las olas…
El pescador se habrá liberado de
agradecimientos y perdones; alimentará a sus hijos con la última carta dirigida
a su madre, escrita en la escollera y entregada con amor al mar… dejando que se
deshaga en mil destellos que dibujen el camino de regreso para el corazón del
conde, desde su frío destierro.
En verdad debes saber, que es posible darle
jaque mate a Sombra, pero sólo si osamos navegar juntos en la barca del
pescador, junto con el conde, y también el anciano pueril, el gladiador astral
y el joven marino, hacia la fuente misma, donde nace el amanecer, donde muere
la noche, mucho más allá del horizonte.
Muhaken
No hay comentarios:
Publicar un comentario